Hasta ti, Machu Picchu...



...Qué era el hombre? En qué parte de su conversación
abierta
entre los almacenes y los silbidos, en cuál de sus
movimientos metálicos
vivía lo indestructible, lo imperecedero, la vida?

Todos desfallecieron esperando su muerte, su corta muerte
diaria:
y su quebranto aciago de cada día era
como una copa negra que bebían temblando.

Y cuando poco a poco el hombre fue negándome
y fue cerrando paso y puerta para que no tocaran
mis manos manantiales su existencia herida,
entonces fui por calle y calle y río y río,
y ciudad y ciudad y cama y cama,
y atravesó el desierto mi máscara salobre,
y en las últimas casas humilladas, sin lámpara, sin fuego,
sin pan, sin piedra, sin silencio, solo,
rodé muriendo de mi propia muerte.

Entonces en la escala de la tierra he subido
entre la atroz maraña de las selvas perdidas
hasta ti, Machu Picchu.
Alta ciudad de piedras escalares,
por fin morada del que lo terrestre
no escondió en las dormidas vestiduras.
En ti, como dos líneas paralelas,
la cuna del relámpago y del hombre
se mecían en un viento de espinas.

Madre de piedra, espuma de los cóndores.
Alto arrecife de la aurora humana.
Pala perdida en la primera arena.

Cuando la mano de color de arcilla
se convirtió en arcilla, y cuando los pequeños párpados se
cerraron
llenos de ásperos muros, poblados de castillos,
y cuando todo el hombre se enredó en su agujero,
quedó la exactitud enarbolada:
el alto sitio de la aurora humana:
la más alta vasija que contuvo el silencio:
una vida de piedra después de tantas vidas

(de Canto General, Pablo Neruda)

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