De Juanes, Pedros y Páramos...

“Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde. Cundo aún las paredes negras reflejan la luz amarilla del sol… Ahí me di cuenta que su voz estaba hecha de hebras humanas, que su boca tenía dientes y una lengua que se trababa y destrababa al hablar, y que sus ojos eran como todos los ojos de la gente que vive sobre la tierra…
Los gorriones reían; picoteaban las hojas que el aire hacía caer, y reían; dejaban sus plumas entre las espinas de las ramas y perseguían a las mariposas y reían. Fue ese día. Sentí que se abría el cielo. Tuve ánimos de correr hacia ti. De rodearte de alegría. De llorar. Y lloré, cuando supe que al fin regresarías… Entonces la lluvia: la lluvia amortigua los ruidos. Se sigue oyendo aún después de todo, granizando sus gotas, hilvanando el hilo de la vida… La vida, mi cuerpo transparente suspendido del suyo. Mi cuerpo sostenido y suelto a sus fuerzas ¿qué haría con mis labios sin su boca para llenarlos?...
Como aquél cielo lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche. La luna había salido un rato y luego se había ido. Era una de esas lunas tristes que nadie mira, a las que nadie hace caso…”


( Pedro Páramo, de Juan Rulfo)

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